viernes, 4 de diciembre de 2020

La invención ocasional / Querido Diario

Prefiero escribir lo que me apetece, cuando surge. Por eso, mis cuadernos son un revoltijo de lista de la compra, citas de libros, poemas a vuelapluma, retratos torpes. Ahora que pienso en cada significado soy más cauta, más aburrida en el lenguaje. A nadie le interesa una frase sin una cola de lagartija en medio, a nadie le revuelve en su cama una oración que sabe cómo acabar. Yo les quiero a ustedes desesperados, les quiero leyendo casi sin aliento, les quiero con la boca bien apretada y los ojos concentrados. Les reclamo, por eso esto no es un diario: esto es una mujer.

La invención ocasional / La primera vez

Hablé con mi madre, lloré medio tumbada en el sofá y me dije: "Coge la bici y ve. Sé la persistencia". Paré en una gasolinera y con una mano agarraba el tubo para añadir aire mientras con la otra buscaba la válvula. Los señores pitaban con sus coches, una trabajadora salió a mirarme. Hacía muchísimo calor y yo sudaba.
Me volví a montar y pedaleé hasta la orilla del río. Me senté entre las piedras y pensé que vendrías, pero sabía que no iba a pasar. ¿Escribí algo? (Lo compruebo, no escribí nada. Solo escuché música, solo moqueaba). Pasaron las horas. Me levanté, vi el cartel –el de esa foto–, me despedí. Volví a mi casa, todo estaba desperdigado. Me dolía tanto la garganta que llegaba hasta el estómago y sentía un puño que me apretaba lo de dentro, los órganos, la sangre. Aun así, me había gustado yo misma con esa actitud. Predispuesta a escuchar y a verme ágil. Siempre que me muevo sola lo soy, y mi belleza me pertenece, y nadie la mira.

Ese día se me olvidó muchas veces. A Mario le pareció precioso, le puso empeño y exclamaciones. A ti, desolador. Dos meses después estábamos ahí, como si nada hubiera pasado. Me dijiste: "No creas que no quería ir". Me jurabas: "No creas que no rabiaba de impotencia". Casi no podías respirar, casi no me respondías y a mí me daba igual ¿Qué era el silencio para mí? Un atracón, un polo atrayente, un contratiempo dulce, un choque tierno. 

Y te lo había dicho a través de T.S. Eliot: "No dejaremos de explorar y al final de nuestra búsqueda llegaremos a donde empezamos y conoceremos el lugar por primera vez". 



domingo, 12 de abril de 2020

Cuarentena, qué



Por momentos nos sentimos escuálidas. Desde nuestros asientos observamos a los transeúntes, a veces salimos en bragas a que nos dé el aire y da igual, porque la gente no se fija en nosotras. Todos están ensimismados en sus bolsas, en sus perros, en la vacuidad de la calle.

Irene me dice que ha vuelto a tener esa sensación: la de que la ciudad es demasiado inmensa. Hace sol, ella está en un sillón y yo en una mecedora que hemos arrastrado a la terraza.

–No me pasaba desde que llegué a Madrid hace años. Esta mañana miraba a lo lejos, y veía esos edificios... Son tantos. 

Echa de menos salir del piso y no saber qué va a pasarle. Dice que en Madrid no se pueden tener expectativas, que no se pueden elaborar planes. Pero no deja de programar: 

–Cuando acabe la cuarentena quiero jugar a la botella, quiero morrearme con todo el mundo– me dice. Y me explica lo guapo que era el chico más guapo con el que ha tenido sexo, y me confiesa que no sabe qué supone realmente tener novio. Porque solo echa de menos dos cosas: salir a cenar y que la abracen. Aunque esas dos cosas también las puede hacer con su hermano, sus amigos o un chico que conozca en Medias Puri.

***

Es muy raro poder vivir el ahora sin ahogarnos en lo frenético, sin conocer algo o alguien nuevo, depositando en el ordenador nuestras esperanzas. Es muy extraña nuestra nueva relación con la casa. Es muy caótico ordenar los días sin caminar de un lado a otro. Es impensable hacer otra cosa por el momento. Somos una privilegiadas. Y ya nos hemos aprendido la coreografía de Con Altura.

martes, 17 de marzo de 2020

Enero 2020

Hace un par de horas terminé mi tercer cuaderno rojo, me ha durado ocho meses. Ha sido un embarazo anticipado. Leo y releo algunas líneas, buscando quién fui entonces.

En mayo:
"alguien que se ha dejado la sangre en la pared,
alguien que empieza el poema a la mitad
que a las tres de la mañana
es alguien,
no perdona más que como Borges".

En junio escribí por primera vez un poema a mi hermana
y apunté sin cita la frase:
"Manson es un gran orador y su tema favorito es él mismo", creo recordar que lo dijeron en la Cultureta.
También:
"No se trata de ser humano en la historia, se trata de ser humano en el cosmos".
Y escribí un poema para que me dejaran de querer. Lo conseguí.

En julio: "Me mudo, amor. Me mudo, lindo. Me voy mudando, poco a poco. De mi cuerpo a otro. Mío".

En agosto: "Me siento libre al no pensar en hombres. El amor me ahoga".
Otro día: "Ser capaz de cerrar la puerta de casa y estar tranquila. Afuera no hay nada mejor de lo que adentro ocurre".
Narré una mañana que desperté llorando porque había soñado que me robaban la bici.

En septiembre: "Yo no entiendo de absolutos, soy absolutista con dudas".

En octubre escuché en Las Voces de Nueva York la frase "el peor castigo es pasar la noche con gente legal",
y a Siri Hustvedt: "leer hace que te posean otras voces".
Me reconocí a mí misma: "yo no podía aguantar cuatro años de carrera lejos de la palabra "periodista". Prefería la decadencia emocional de las clases. No tiene sentido, pero lo que aprendí es inabarcable y me enorgullezco de mi desconocimiento irracional".

En noviembre: "me están limpiando la narrativa" y apunté,
"tienes que hablar con tu madre
y decirle: mami
me gusta como hueles
y me gustan
tus ojos tristes".

En diciembre recogí 17 motivos para tener novio y 15 para no tenerlo. Después añadí otro.
Copié de una entrevista de El País a Gregorio Cañedo del Samur Social esta conversación:
- ¿Coge con ganas la jubilación?
- Tengo ganas de desayunar con mi mujer.

En enero he redactado 25 propósitos y no he puesto un deseo.




miércoles, 4 de marzo de 2020

No lo quería decir

Quiero ser especial, pero no por mi belleza; sino por mi conocimiento. Tampoco por lo profundo; por lo superficial. Me duele reconocer la necesidad de formar parte de algo. Me ocurre que acaso alguna vez alguien hace referencia a una película o libro que he leído y me late más fuerte el corazón, lo miro con pasión y suelto cualquier frase.

Les digo: sí, sí, sí, me encanta. O lo critico exageradamente. Para que vean que realmente me lo he leído. A veces, incluso si no me lo he leído, pongo la boquita pequeña y digo una banalidad. Esto también me ocurre cuando no me acuerdo. Porque hay libros y películas de los que tengo una idea vaga porque me dieron igual. Pero tengo que disimular ante el fantasma de la ineptitud y la incultura. Tengo que disimular mis carencias intelectuales y ser la más interesante, y quedar incluso por encima de mí misma.

Luego vuelvo a casa y pienso: cada día te pareces menos a ti misma.


martes, 24 de diciembre de 2019

Una habitación propia en una casa ajena


Mi madre grita desde su cuarto de baño que me acerque a ver cómo va el horno. Me levanto desganada de mi escritorio y voy directamente a comprobar la temperatura. Mi madre vuelve a gritarme y con desaire le respondo -gritando yo también- que lo estaba haciendo, y que aún le falta. Mi madre calla. He descubierto que en Navidad vuelve a dominarme como si no pasaran entre nosotras los años. No sólo me organiza los días, me critica la ropa o me exige ordenar el cuarto; me hace gritar. Eso es lo más grave. Desde que me independicé, no he vuelto a alzarle a nadie la voz.

Vuelvo por el pasillo, veo los mismos cuadros desde hace años, algunos desde antes de que yo naciera. Este hogar es un museo de nuestra memoria. Abro la puerta de mi cuarto y escucho a mi madre desde el salón bramando a mi hermano halagos exagerados. Cierro tras de mí y respiro profundamente, con un dramatismo dengoso. Anoche mi abuela me recordó que lo mas importante en estas fechas es tomarme mi tiempo. Inspiro y espiro. Trato de pensar en blanco. Cierro los ojos. Los abro cuando la puerta me golpea brutalmente en la espalda.

-Sí que estaba caliente- dice mi madre tratando de meter la cabeza en mi habitación. Recuerdo entonces la segunda recomendación de mi abuela; romper algún plato, y la tercera; meterme en la ducha incluso con ropa. 

martes, 5 de noviembre de 2019

Las mujeres que me dan miedo


Me dan miedo las mujeres
de dulzura feroz
de belleza feroz
porque en mi casa nunca han estado.
He vivido con las que lanzan
platos al suelo, con las que gritan agudo,
se levantan a media noche, desveladas,
histéricas, con verrugas, con pelos
blancos, con vergüenzas de elefantes
Nunca las mujeres suaves, nunca ellas
me han mostrado
cómo es sobrevivir a la vorágine
nunca fueron esas mujeres las que me dieron
de amamantar o me dieron libros o me dieron
miedo,
porque las mujeres fuertes también dan miedo
pero un miedo diferente,
a un león te enfrentas
pero ¿qué se hace contra el hojaldre,
contra el jardín, contra los labios carnosos?
Tanto, tanto me angustia,
que quiero un relámpago, que quiero más
guitarras rotas, menos flautas, menos
aire, menos sutileza.
Las mujeres diáfanas
me horrorizan, porque las quiero ser
las quiero enfrentar
las envidio tanto
que me redactaría una esquela
con erratas engoladas
antes de reconocérselo
antes de hacerles ver que, con ineptitud,
yo también quiero ser ellas
que quizás,
terriblemente quizás,
no es el hombre el que las crea.
Quizás ellas son así.