martes, 24 de diciembre de 2019

Una habitación propia en una casa ajena


Mi madre grita desde su cuarto de baño que me acerque a ver cómo va el horno. Me levanto desganada de mi escritorio y voy directamente a comprobar la temperatura. Mi madre vuelve a gritarme y con desaire le respondo -gritando yo también- que lo estaba haciendo, y que aún le falta. Mi madre calla. He descubierto que en Navidad vuelve a dominarme como si no pasaran entre nosotras los años. No sólo me organiza los días, me critica la ropa o me exige ordenar el cuarto; me hace gritar. Eso es lo más grave. Desde que me independicé, no he vuelto a alzarle a nadie la voz.

Vuelvo por el pasillo, veo los mismos cuadros desde hace años, algunos desde antes de que yo naciera. Este hogar es un museo de nuestra memoria. Abro la puerta de mi cuarto y escucho a mi madre desde el salón bramando a mi hermano halagos exagerados. Cierro tras de mí y respiro profundamente, con un dramatismo dengoso. Anoche mi abuela me recordó que lo mas importante en estas fechas es tomarme mi tiempo. Inspiro y espiro. Trato de pensar en blanco. Cierro los ojos. Los abro cuando la puerta me golpea brutalmente en la espalda.

-Sí que estaba caliente- dice mi madre tratando de meter la cabeza en mi habitación. Recuerdo entonces la segunda recomendación de mi abuela; romper algún plato, y la tercera; meterme en la ducha incluso con ropa. 

martes, 5 de noviembre de 2019

Las mujeres que me dan miedo


Me dan miedo las mujeres
de dulzura feroz
de belleza feroz
porque en mi casa nunca han estado.
He vivido con las que lanzan
platos al suelo, con las que gritan agudo,
se levantan a media noche, desveladas,
histéricas, con verrugas, con pelos
blancos, con vergüenzas de elefantes
Nunca las mujeres suaves, nunca ellas
me han mostrado
cómo es sobrevivir a la vorágine
nunca fueron esas mujeres las que me dieron
de amamantar o me dieron libros o me dieron
miedo,
porque las mujeres fuertes también dan miedo
pero un miedo diferente,
a un león te enfrentas
pero ¿qué se hace contra el hojaldre,
contra el jardín, contra los labios carnosos?
Tanto, tanto me angustia,
que quiero un relámpago, que quiero más
guitarras rotas, menos flautas, menos
aire, menos sutileza.
Las mujeres diáfanas
me horrorizan, porque las quiero ser
las quiero enfrentar
las envidio tanto
que me redactaría una esquela
con erratas engoladas
antes de reconocérselo
antes de hacerles ver que, con ineptitud,
yo también quiero ser ellas
que quizás,
terriblemente quizás,
no es el hombre el que las crea.
Quizás ellas son así.

lunes, 26 de agosto de 2019

Pueblos de la costa


Yo solo escribo sobre lo que no puedo decir, Tomás. Ya te lo he dicho muchas veces y por eso no te había escrito nada hasta ahora. Porque antes me sentía capaz de sentarme en frente de ti y tocarte las manos mientras contaba algo así. Ahora me daría muchísima vergüenza, y mira que cuando conocimos casi te agarro los dedos. Ya sabes que yo no lo hago ni con mis amantes. Que me besen lo que quieran pero las manos no, eso sí que no.  Te lo comenté una vez que estabas extrañamente triste, que hablabas de la soledad “somos tan diferentes” decías “por eso no podemos ser amantes”. Leí en una ilustración de Paula Bonet que ella había tenido pocos, porque a pocos había amado. 

Tomás, no te echo de menos. Ante todo quiero que quede claro, aunque ya lo hemos acordamos. Para echar algo de menos algo tiene que ser, algo se tiene que perder y yo cuanto menos te veo más voy recuperándome. Sé que me habría lanzado contra ti hace unos meses, eso explica la animadversión de ti contra mí, un uno a uno. Tú estarías jugando con tus gestos, rascándote la nariz, tan distraído y pendiente del entorno. Contra eso, aprendí a ignorarte al menos los primeros quince minutos. Eso nos benefició a ambos. De repente, empezabas a apreciar mi compañía. Y yo me decía “estoy tan feliz de no haberme enamorado de ti, eres inmenso, grave, frágil, eres para mí una belleza insuperable e inimitable. Tengo tanto miedo de conocerte, de entenderte. Me das pavor. Tú naciste al otro lado del río y me condenas a querer cruzarlo, desde las entrañas”.

No lo entiendo, muchas cosas no me las explico y las otras simplemente no tienen razón de ser. Nunca te he visto de día. Cada vez que te veo es bajo la luz de las farolas, o de alguna estrella o satélite que a lo lejos parpadea. También te he visto en algún sitio bajo techo, siempre bebiendo algo, siempre algo a temperatura ambiente porque resulta que has estado hablando más de media hora y la bebida se ha aclimatado al calor del entorno. Tomás, tú miras a los camareros de ese lugar, con un leve gesto de los dedos y un indicio de frase en los labios y el camarero baila. Toda la noche de la ciudad te conoce.

En cambio, de ti no no se sabe ni de dónde eres, no quieres decirlo. Das alguna pista: mucho espacio vacío, poca gente. También imagino que de la costa porque una vez, en la azotea de casa de tu colega (ese que todo el rato habla de políticas migratorias pero no tiene ni idea de ideología), me dijiste: “¿hacia dónde se mira en una ciudad que no tiene mar?”. Yo no lo sé, Tomás. Yo te miraba a ti.

lunes, 19 de agosto de 2019

L'étrange amitié


Esos amigos raros, de los que 
se sientan en la esquina, lían
tabaco y comen repugnante
comida frita. Que hablan
de Deleuze, Derrida, que van
a los bares y les llaman por su mote.

Unos amigos a los que les falta
-a cada uno- un trozo,
amigos a pedazos, buscando:
seguridad en sí mismos,
bajarse el ego, des-aburrirse,
un diente, iniciativa, superar
el trauma, olvidarse como niños,
borrar el contacto del ex, cantar
a capela en la ducha, una madre,
dejar la droga, respirar
profundamente, cuidar al otro.

Otros amigos que saben
ser parte de la forma,
los que se sientan en el medio y son
tan ridículamente el oblicuo
de los marginados; pero también con ira
suspenden el examen, fracasan en relaciones,
tienen un hermano que les ignora, 
se tiran del pelo al despertar, llevan
un cepillo de dientes
en el bolso (apenas lo usarán)

y con todo,

es tan
imprevisible saber qué cañón despertará
a qué bestia

es tan
imprevisible saber cómo la calmarán
unos a otros,
muchos a mí

lo sé,

aunque al final nunca 
me aparten a tiempo,
o yo elija volver por municiones,
todos lo volverán a intentar, será 
un tú a tú,

we as a group
pero también un yo
a través de lo aprendido de todos ellos 

sobretodo


por la promesa de 
no pertenecer a un grupo grande
pertenecer a muchos,
conocer en cada puerto a alguien
que te recuerde la liberté que
(en todo caso) abanderas.