jueves, 9 de abril de 2015

Construcciones imposibles [inamovibles]

Me sentaba en el columpio, me impulsaba progresivamente y saltaba. Yo quería caer de pie sobre la gravilla, pero en el último momento siempre me temblaba alguna articulación y me manchaba las rodillas. Las tenía completamente sucias, decoloradas por mi fracaso.
A escasos metros de mí, mi hermano descansaba sobre un suelo lleno de piedras diminutas. Mientras yo cogía velocidad, él agarraba una piedra con parsimonia. La miraba, le daba vueltas. Yo seguía moviendo rítmicamente las piernas mientras que él les ponía nombre:
    - A esta la voy a llamar María, será bondadosa y regalará todos los pedazos que se rompan de ella.
Entonces la colocaba en el suelo y cogía otra:
    - Tú te llamarás Pablo, serás una piedra salvada, rescatada de un zapato. Serás la piedra más feliz de todo el suelo porque comprenderás la alegría de sentirse libre, de no estar solo.
Intentaba colocar una sobre otra -hecho que le resultaba prácticamente imposible por su textura y tamaño- mientras que con su otra mano seguía bautizando piedras:
    - ¿Has visto como todas se caen?- le decía a una de las chinas- necesitan a alguien que las sostenga... Necesitan a alguien que desde su inestabilidad las apoye ¿qué te parece, Pedro? ¿quieres ser tu la base?
Y la colocaba en un lateral, pero las piedras seguían cayéndose.
Yo lo miraba desde el columpio:
    - No puedes hacer un castillo con chinas, no es como la arena de la playa.
    - ¿Por qué no?- preguntaba él.
    - Porque no se puede, no están hechas para eso. Están hechas para ponerse unas sobre otras desordenadamente.
    - ¿Por qué?- inquiría.
    - Porque las cosas son así. Cada una tiene su sitio.- respondía yo asqueada.
Pero a él le daba igual y seguía con su juego.
Por aquel entonces podría achacarse esa actitud a un juego de niños, podría considerarse una diversión como cualquier otra, pero llegó el momento en el que optó por hacerla real.


Mi tía se lleva las manos a la cabeza. Desde el sillón la miro.
    - ¿En qué momento empezó todo?- se pregunta en voz alta.
Yo pienso en sus seis años. Pienso en aquel columpio que me preocupaba, superación interna. Pienso en sus manos dando, ofreciendo. Mi recompensa era inmediata. La suya incomprensible ¿de qué servía ponerle nombres a las piedras? ¿para qué las ordenaba? Eran preguntas que ya me inquietaban y me remueven aún.
    - ¿Cómo no nos dimos cuenta?- sigue diciendo.
Parece que al fin y al cabo lo tenía claro. Ha encontrado el pegamento para unir a todas esas piedras: él. Su capacidad de sujetarlas sin descanso. ¿Conseguirá mantener el castillo en pie? Claro que sí.
    - ¿Y por qué?- recrimina finalmente.
Su objetivo no era egocéntrico. No quería construirse el castillo. Había encontrado algo que lo reina, algo que -con justicia- es capaz de organizar, algo que es causa y consecuencia de sus obras. No conseguirá ver el final, la meta, el objetivo. Parece que para él era -y es- más importante el proceso. Sería como si yo me hubiera columpiado sin tener la pretensión de conseguir saltar de pie.
    - Porque es mi sitio.
Mi hermano responde pausadamente. Da todo lo que tiene. Lucha por causas perdidas. Las causas vencidas son tan atractivas que les muestra cordialidad; en cambio a las perdidas les dona órganos sin necesidad de operación.
Parece como si lo viera recogiendo sus piedras y volviéndolas a montar. Sin prisa, tiene toda la vida.

    - Bueno, de niño bautizabas piedras- sonrío satisfecha- ahora puedes bautizar niños...

    Siendo también piedra.