martes, 13 de enero de 2015

A Dafne ya los brazos le crecían y en luengos ramos vueltos se mostraban

Yo ya no estoy enamorada de ti, pero si me esfuerzo puedo volver a estarlo.
Es sencillo, imagina por un momento que no soy una persona. Ahora ya no tengo piel, tengo corteza. Ahora no necesito comer ni dormir, sólo crecer hacia el sol.
Cuando te conocí era un pequeño brote de lo que ahora soy. No medía más de metro y medio y estaba forzando mis cimientos para poder asegurar que no me derrumbaría. Tú llegaste como un arroyo pausado, lleno de vida.
Al principio estiré mis raíces; quería solo acariciarte. Con el tiempo comprendí que era más fuerte bajo tu corriente. Sentía cómo mi corteza se iba endureciendo y poco a poco dejé de ser ese palo lánguido. Sin darme cuenta se estaban alargando mis ramas. Las aves se acercaban a buscar hogar mientras yo me preocupaba por seguir alimentándome de la cristalina agua. Cansadas de su canto sin eco, cambiaron su melodía por ruido. La cálida primavera empezó a secar tu vitalidad y mis enormes pies estaban tan inundados en la tierra que ya no podía salir a respirar, ni siquiera a buscar una nueva fuente.
Perdida dentro de mí, me instalé en cuentos que empezaban con finales, chupando gotas de charcas fangosas, hidratándome exageradamente, casi por gula emocional. Siempre con la boca seca. Pasé estaciones empeñada en mirarme el suelo, en mirarme el pasado y en responder a mi pregunta con una respuesta forzada.
Entonces, el destino me picó en la sien. El maldito pájaro carpintero y su séquito de voladores insistían en hacerme ver por encima de la tierra.
Prometo que no sabía que era posible una vida fuera de mis márgenes. Prometo que no esperaba que la soledad pudiera guiarme tanto. Prometo que la libertad me agujereó a mí y que no fui yo la que levantó rizomas para buscarla. Ocurrió: las hojas se asomaron. Fue la curiosidad por saber cómo serían mis frutos y el querer ver mucho más allá de las copas lo que hizo que, en lugar de colmar de nostalgia lo perdido, arrancara una sonrisa a mis conquistas.

Me muero de alegría triste al comprender que hay infinitos que siempre quedarán en mi pasado y que es mejor no hidratarlos en el presente.
Me muero de alegría triste al aceptar que de ti manarán muchos momentos radiantes en otras naturalezas.
Me muero de alegría triste porque te has apoderado de la palabra bondad.
Me muero de alegría triste porque algún día yo también me marchitaré, me cortarán el tronco, o no sobreviviré a esta catástrofe meteorológica a la que llaman vida…
Pero puedo estar segura de que la alegría la hace uno mismo, y yo no pienso morir triste.



Ilustración: Marte