miércoles, 31 de julio de 2019

Seducción marchita


Llega tu tristeza
a galoparme.
No la puedo soportar,
no la puedo contener,
se me sienta encima,
me aprieta el cuello
levemente, sin doler.
Es una sensación
que me inquieta
que me hace parecer
menos alta de lo que soy
menos viva,
más
insomnio.

Es el muro, es el
muro que creas cuando
te olvidas de decirme,
te agarras al silencio
y tus pestañas son lejos
y la distancia son
kilómetros y yo no
corro. Eso ya lo sabes.
No te lo repito, porque ya
lo sabes.

En esos días, los demás
están en otro sitio.
No hay
ilusión, no hay protestas,
el cambio climático nos
derrite. Los infieles
se sienten poderosos,
los engañados lloran
y no hay baldosa
que no esté rota. Las
pisaremos hasta que
sangre
cada dedo de los pies.

Mi alegría no es suficiente,
me digo.
Para buscar hilarantes profecías
en posos de caldos, en sobras de perros.
Es que
no tengo ganas
de deducir tus expresiones
de convencerte en una cama.

Te tengo ganas
de que me desees.
Te tengo ganas
de que bebas el vaso
dejes las manos, bailes,
quieras y digas:
quiero, quiero tanto
que haría de estos segundos
infiernos y
volvería a ti, a Tánatos,
a llevarte cántaros a
curarte las heridas
a que te olvides
del lugar y solo tengas ojos
para los míos y
te falte el aire y
me respires. Quiero,
quiero tanto
que pediría
saber más, saberte más
y tener miedo
y tener tanto miedo de perderte
que me muriera
por causas naturales,
como esos matrimonios
en los que él fallece
dos días después
y que todos en el pueblo
digan
“la adoraba tanto
que se consumió de ella”,
son irrealidades de
vidas como cigarros,
como flores.

Pero tú
no lo harás jamás.
Estás demasiado en tu sitio,
en tu ciudad,
en casa. Nunca
tendrás tanto miedo al otro, nunca
el deseo te hará jurarme
pasajes bíblicos
y nunca
- y esto, debes saberlo
cuanto antes, debo decirlo
cuanto antes- nunca
me sobrará tanta vida
como para cedértela.

(Para compartirla sí,
pero eso ya no lo puedo planear
contigo).

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