domingo, 18 de junio de 2017

Baudelaire, no dejes que se te marchiten

Imagen de Alexis Bukowski



Llegaste con el coche blanco
en una temporada que mi casa estaba ampliándose.
Tan inmensa la sentía que acabé por decrecer
entre el abandono de los muebles viejos
y el silencio de la huida.

Venías para arrancarme del miedo la aventura
me enseñaste la conducción de copiloto.
Las aceras parecían acercarse,
estrecharse en nuestras ruedas mientras
rodábamos lejos de los crujidos de la cárcel donde dormía.

Se me olvidaba que mi cama estaba rota
cuando girabas el volante para aparcar.
Se disipaba de mi mente la estantería inestable
cuando sacabas la llave del contacto.

No solo el vehículo
también yo circulaba con las luces puestas,
la piel noche, tus manos luna
y nuestros dedos gotas cayendo al estanque.
Me colgaba jugando de tu ramas.

"Te vas a enamorar
de la fiebre amarilla colombiana
yo te corregía "de las flores de Gabo".
Tenías razón en que el dolor es siempre
más fuerte que La Gran Belleza
E incluso, irónicamente por no haberla visto
elegiste el restaurante donde Sorrentino
manchaba manteles blancos y rojos
con un queso caliente que se derretía.

Mirando a los colores fundiéndose
descubrí que no podía estar contigo
porque me bordaron la ausencia
y para ti somos una bandada.

Hoy es diferente:
mi jaula es tu pájaro,
mi distancia es tu cariño. 
Significo no lo que te soy,
sino te escribo.

Me vuelvo al Caribe y recito poemas,
te marchas a Italia y esperas la literatura en ruinas
de la ciudad que se les deshizo a los romanos
en un paisaje que nunca vi.

Fíjate bien, allí las flores quieren nacer
en cada coliseo huérfano de espectáculo.
Los turistas con sus pisadas no las dejan.
No las ignores. Allí te espero
besando todas y cada una de las plantas.
Para que sigas siendo el agua que las arrastra
e inunda
la avenida de tu futuro país de postal,
que sigue siendo (el nombre de) mi casa.

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