- Claro que me acuerdo, cómo olvidarla. Eras terriblemente insoportable, no dejabas de tocar la misma melodía... Qué digo yo, la misma nota.
- Es cierto, sólo tocaba una nota y me negaba a probar otra.
- Además no era una nota usual. No
era un do o un re... Creo que era un sol sostenido. Sonaba terrible.
- ¡Y tú te ponías tan nerviosa!
- Sí, claro. Tenía ganas de
matarte. Había cumplido los quince años y pensaba que eras
completamente estúpido. Recuerdo una discusión que tuvimos.
Estuviste llorando toda la tarde y papá me castigó en mi cuarto. Me pasé el tiempo escuchando Kiss y
pensando que verdaderamente todos estabais aliados contra mí y que ellos eran completamente estúpidos por no quitarte la armónica.
- Recuerdo ese día
con mucho dolor...
- ¿De veras?
- Es que dijiste cosas terribles... Algo
así como que os pasabais la vida aplaudiéndome como si estuviera
haciendo una obra de arte cuando verdaderamente no estaba haciendo
absolutamente nada. Esas son palabras muy duras para un niño.
Soltaste sin compasión que estabais aplaudiendo al vacío, que te
sentías como en un estadio en el que el público aplaude la
intención de alguien que está quieto.
- Caray, cómo te acuerdas.
- Claro que me acuerdo, me acuerdo
perfectamente. La primera decepción con la vida y con uno mismo no
se olvida tan fácilmente. Me sentía avergonzado y sentía que tú
no estabas orgulloso de mí.
- Vaya... Cuánto lo siento... Era
sólo una cría.
- Sí, y dejé de tocar, ¿te
acuerdas? No volví a ver ese maldito instrumento. Y pensar lo
ilusionado que estaba... Era en esa época cuando dejaste de salir con aquél chico tan
extraño... Aquél que tenía un piercing que a mamá no le gustaba.
- Lo recuerdo, siempre que podía le
decía que estaría mucho más atractivo sin él. Nuestra madre
siempre tan sutil...
- Es cierto. No sé si lo recuerdas,
pero te pasaste meses llorando con un dramatismo exagerado. Cuando
llamaba a la puerta de tu habitación siempre decías que nadie te
entendía.
- Lo pasé muy mal, era mi primer
amor.
- Estuviste tanto tiempo llorando
que pensé que tenía que hacer algo y encontré un método. Como
estaba cansado de ver las armónicas en los dibujitos animados pensé
que no sería tan difícil aprender a tocarla. Estuve practicando
todas las notas para encontrar la melodía exacta. El Sol sostenido
se parecía tanto a tu llanto... Además, como siempre llorabas por
el mismo motivo pensé que podría ayudarte el detalle que sólo
tocara una nota. Estuve días preocupado en perfeccionar el sonido,
en hacer que te hiciera sentir acompañada.
Quería que supieras que yo no te
entendía, pero que podía llegar a entenderte si me dejabas. Quería
que supieras que no importa quién te quiera en una etapa, que no
importa quién aparezca en tu vida por casualidad, que no importa
que derrumben todo lo que has construido. Porque yo estaba dispuesto
a aprender a llorar contigo. Porque eres mi hermana mayor, porque
siempre he admirado todo lo que haces y porque si pudiera, habría
calmado todo tu dolor. Pero a ti no te bastaba eso... Tú sólo
pensabas en las demás notas que creías que yo aún era incapaz de
tocar. No eras consciente de todo el esfuerzo que estaba detrás del
sol sostenido, de nuestro sol sostenido; de la capacidad que has
hecho en mí de sostener el sol para que puedas verlo siempre ahí
estático, en nuestro cielo.
Este diálogo puede ser una acumulación
de palabras mal montadas
o puede tratarse de una vida.
Puede que nos sintamos identificados
con alguno de los personajes,
o puede que seamos un reflejo de ambos.
Si le echo imaginación puedo verme en
el lugar de ese hermano pequeño que -lleno de ilusiones y amor-
acaba dolido. Pobre hermano pequeño que piensa que todo lo que
ofrece desde la bondad y la gratuidad va a ser acogido.
¿Pobre o afortunado? Se me antoja esa
pregunta cuando me veo fascinadoa por la certitud de saber que la
historia no acaba aquí, ¿o es que creéis que el niño dejó de
amar a su hermana lo más mínimo? Está claro que no hizo eso.
Buscó otra manera para hacerla feliz
sin descanso. A él no le importaba todo lo molesto que pudiera
parecer, porque no tenía elección. Cuando uno quiere de verdad no
tiene la elección de decir “ya basta, estoy cansado”. Porque el
objetivo no es conseguir una medalla conmemorativa, un premio Nobel
del amor. La gran preocupación es regalar todo lo que se tiene
llegando más allá, regenerándose en busca de nuevas salidas para
ayudar con lo posible y lo imposible. Nada más importa.
Y cuando el hermano pequeño ve al fin
la alegría de su hermana se siente dichoso y en paz. No le importa
ser él el motivo, no le importa poder satisfacer su ego reflejado en
ella. Le preocupa lo simple, porque así son los niños; porque así
es el amor.
Por otra parte, por una parte mucho más
terrible; también he sido la hermana mayor. Me he creído reina de
mi caos, incomprendida, sufridora de lo que los demás han decidido
hacer con mi vida, víctima de un mundo en el que me han pegado sin
preguntar.
Es entonces cuando, en mi habitación a
oscuras alguien abre la puerta para prestarme ayuda y yo me incorporo
enervada. Veo un resquicio de luz y prefiero revolcarme en la
facilidad de mi autocompasión. La tranquilidad de sentirme reina y
diosa de mi miseria; querer que se aleje todo lo que pueda modificarla.
Muchas veces he cerrado ventanales de
luz solar simplemente porque pensaba que mi luz estaba encerrada en
esa bombilla ya fundida. He despreciado un amor gratuito por querer
sentirme realizada con un amor complicado y divertido. Divertido
hasta que me doy cuenta de que me han prometido que una bombilla
puede alumbrar mi vida para siempre.
Entonces me siento estúpida y
avergonzada y siento que no merezco que nadie me salve de mis
monstruos.
Entonces me doy cuenta de que
mi hermano haría cualquier cosa por mí y siento que no lo merezco y
que no lo mereceré jamás.
Y no me lo niego.
Es obvio que nunca voy a merecer el
amor, porque el amor no es merecido, es regalado. No es un aplauso
hecho sentimientos, es un abrazo hecho vida.
Muuuy muy fan 👌
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