¿Quién niega que mi estado de hoy es
una rotura de la caricia de ayer?
Tres cortes que sesgan. Un vértice
común en el que maquillo el llanto.
La primera caricia fue con las uñas.
Me separó de la voz de ciruela. Dos. Caprichos divididos en la
incomprensión de unas manos de papel que no temen las olas. Piel
blanca en media risa. Mil noches con vaso en mano en la que ella no
estaba pero estaba. Arrebatándome mi paz domesticada, sentando su
plenitud a los pies de la cama. El pelo derramado mientras
entrecierro los ojos. Me regalaste un motivo por el que morir antes
de mi tercer nacimiento.
La segunda fue una rebanada que rompió
mis manos en dos. Mi cuerpo nunca se recuperó.
La voz pausada ahora se redescubre en
un grito traidor. Escucho el goteo de su ansia. Imito movimientos que
su hilo me ordena porque soy esclava de nosotras. Me enrojeces. Me
enrojeces en los vómitos de tu boca y en la opresión de tu puño.
No quiero mirar tu espasmo lleno de nada. No quiero escuchar tu
carcajada que miente. Tu nariz se ahogaría en el rodeo hacia tu
garganta. Manchas de rojo vasos que tu piel no puede disimular.
Desordenas cada estrago del naufragio. Te avergüenzas. Hemos
descubierto un refugio sin cocina.
El otro pedazo de mano -meñique
incluido- se lo dí de comer a una orca torpe. Tú. Te has postrado frente
a la masa y has sentenciado una perfecta lista de cosas que sólo
existen ahí donde tú puedes ver. Qué difícil es preguntar a
cambio de un beso de cristal. Qué sencillo es una ventana metálica
para que brillen mis huesos al mirar. Tienes una cabeza tan enorme
que has tenido que esconderte detrás del vicio limpio. Cerrando la
puerta tras de ti te has subido a una alfombra mágica que no puede
volar. Nos has regalado turbantes de seda y perlas. No te pienso
arrebatar las alas, pero asume que es decoración de la casa y no un
pájaro. La faraona se ha burlado de los gatos que tú casi pariste.
Ahora es romana y lleva sandalias. La lluvia resguarda de la dura
caída. Tozos de café por todo el cielo.
No, no me habéis robado más que el
regalo que me dais. En las flores empecé a ver un brillo dorado que
ahora idealizo pero es mentira. Si es de ayer ya no me sirve. El
manto que compartimos me dejó completamente desnuda ante una flota
salvavidas que poco conocía los icebergs. Mendiga recostada en
cuentos digitales. Alzo la mano a una limosna que lee cosas que no
comprende. Me habéis lanzado acantilado abajo, piedras arriba y aún
conservo respiración con cuatro dedos para escribir que si el amor
no existe mi vida ha sido diseccionada por una rana verde.
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